(continuación...)
Enseñar a ser solidario
Hay que fomentar los mejores sentimientos y conductas hacia y con quien lo precisa (emigrantes; personas económicamente desfavorecidas; niños enfermos; ancianos con limitaciones; discapacitados).
Debemos facilitarles que desde pequeños se relacionen con personas de estos colectivos y de otras culturas, que se impliquen, que compartan sus juguetes (¡que regalen alguno nuevo!), que dediquen tiempo (¡su tiempo!), sin obtener ningún pago sino el privilegio de hacerlo, que desborden el significado de la limitada tolerancia, para disfrutar ayudando, comprometiéndose, sintiéndose interpelado.
Hay que incentivar la disposición para ayudar al resto, lo que propicia sentirse bien (en muchas ocasiones debiéramos dar gracias por esa eventualidad). Dar es una virtud y una suerte, hay gente que lo tiene todo ¿todo? y se siente vacía. Y es que, como dijo R. Tagore, «Buscas la alegría en torno a ti y en el mundo. ¿No sabes que sólo nace en el fondo del corazón?».
Educar en la amabilidad, en el altruismo, en el tú; promover la solidaridad, es decir, inculcar que nuestras acciones repercuten para bien o para mal en los demás.
Sentirse partícipe de este mundo, de este momento, convencerse de que los problemas por muy planetarios que sean, nos atañen y somos parte en su posible solución.
La solidaridad se ha de practicar desde que se posee “uso de razón”.
A los niños les enorgullece pensar que pueden ser útiles de verdad, hay que exigirles colaboración en las tareas domésticas, fomentarles labores prosociales y de ayuda a ONG(s).