(continuación.........)
Educar en la igualdad.
Hay que desarrollar el aprendizaje afectivo.
Como en todo es en la educación en los primeros momentos de la vida de los niños y sobre todo en el aprendizaje vicario, el modelaje, el ejemplo que vean, donde niños y niñas han de comprender lo que nos diferencia, pero siempre desde la igualdad en los derechos.
No esta mal que niños y niñas jueguen con muñecos y muñecas, para ir adiestrándose en el hábito del cuidado de los demás. Y desde el juego, no hemos de cercenar las posibilidades de desarrollo de niños y niñas, ni intentar doblegar sus tendencias y querencias. Lo cual no impide que desde el respeto a las diferencias, se busque alcanzar la igualdad en derechos y obligaciones.
Obviamente los niños y las niñas, se deben educar juntos.
Dentro del hogar habrá de establecerse un reparto igualitario en las tareas.
En la escuela tendrá que modificarse el currículum para que de verdad se valore el papel jugado por las mujeres en la historia, en el arte, en la cultura, en la política.
La educación no-sexista busca obtener que las niñas y mujeres alcancen plenamente las metas que se propongan, teniendo por techo su propia capacidad, pero no estando condicionada por ser mujer.
Que se erradique el mecanismo frustración-agresión. Se forme en la ética sexual. Se eluda la pornografía que identifica sexo y violencia. Se enseñe la sexualidad de forma no traumática, con asertividad. Se corte de raíz vivenciar el sexo como forma de dominio.
Lo trascendente es que desde niños, los varones aprendan a respetar sin reservas ni excepciones a las mujeres, que acaten lo que significa un : Nó, que acepten frustraciones, sin derivarlas en violencia.
Hay que integrar la lucha contra la violencia sexista dentro de una perspectiva amplia: la defensa de los derechos humanos.
Debe ayudárseles a que comprendan la naturaleza de la violencia de género.
Tienen que desarrollarse habilidades interpersonales alternativas a la violencia, que permitan expresar los conflictos y resolverlos de forma constructiva.
La intervención debe darse en todos los contextos: Familia, Escuela, Grupo de amigos, Medios de Comunicación, Ocio.
Se han de erradicar las discriminaciones sexistas (que excluyen a las mujeres del poder y a los hombres de la sensibilidad).
Las madres que tanto educan han de ser muy pro-activas a favor del respeto a la mujer, los padres obviamente y desde el ejemplo, también.
Cabe dialogar y aún discutir, no utilizar la palabra como una pedrada que hiere, pero nunca, emplear la fuerza física, la violencia.
Esta sociedad se tiene que feminizar, entendida como ser más afectiva, más sensible, más empática, menos dura, menos depredadora, competitiva y conflictiva.
Nadie, ningún ser humano pertenece a otro. La expresión “es mi mujer”, o “es mi hijo”, debe interpretarse como una forma de hablar o de entrega hacia esa persona, pero alejada de cualquier atisbo de posesión (¡ni pensarlo!).
Hay que educar en el respeto, en la asunción de diferencias, en la comprensión de que las perspectivas son subjetivas, en que lo que parece real y asentado varía con los años.
Vivir en pareja es difícil, no siempre existe el acuerdo, la sonrisa, la ternura, y debe estarse preparado para la discrepancia y aún la separación. Desde el dolor, el sentimiento de fracaso, pero la aceptación y el cariño acumulado que debe sobrevivir a la falta de expectativas de pareja en el futuro.
¡Cuánto más, si hay hijos comunes, el respeto y autodominio han de prevalecer, anteponiendo su interés (el de los hijos), al personal!
No, los hijos tampoco son “nuestros”, mucho menos “míos”. Es por eso que hemos de preparar a los futuros padres para asumir el posible hecho de la separación de una forma que con ser traumática, no ha de ser interpretada, ni reconducida como violenta.
Las perspectivas hoy son agoreras, tristes, oscuras, el machismo con el que se educa no invita al optimismo.
Cuando en un lugar público, se escucha a algunos varones las razones que suponen dieron paso al homicidio de una mujer a manos de su pareja, no sólo se entristece el ánimo, y se revela el ser de un ciudadano que no quiere prescindir de su condición, sino que se nubla el futuro.
En los hogares hay mucho, muchísimo que hacer en este tema. En lo que ven, en lo que viven los hijos, en lo que escuchan, en lo que dicen -y se les permite-, está un hombre -y una mujer- que es potencialmente un agresor, o que adopta un papel que repudia profundamente hasta la sola posibilidad de que esto ocurra.
¡Ni los chistes son inocentes en tema tan sensible! No hagamos dejación de la función educadora.
Preguntemos a los hijos, -¿cómo interpretan su virilidad, cuando son rechazados, y aún despreciados?, ¿cómo sienten?, ¿cómo se conducen?
La vida provoca accidentes, también emocionales y de género, el “cinturón de seguridad” es el autodominio, el “air-bag” las habilidades sociales para evitar el choque frontal, para salvar la autoimagen, el honor, sin dañar al otro (casi siempre la otra), mucho menos lastimarla, y aún golpearla.
Poner la mano encima de alguien es inaceptable, hacerlo en nombre de que se le quiere, se le ha querido, o se desea querer es abominable.
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